Me fui tan triste
que escuché cómo lloraba mi sangre.
Tanto amor alejándose de mi,
aquél ocaso de la memoria
golpeando la carne como un trueno.
Recostada sobre la arista,
sobre el cuchillo de la separación
caí rodando,
rodé por aquél precipicio de noches.
Qué lejos sin desearlo me fui,
qué sobredosis de amargura y esquelas
me inyectaron con la ausencia letal
entre ambos espíritus.
Ay, hijo mío, adiós, historia de mi vida,
epitafio de mi vientre :
cómo pudieron marcharme sin ti
cuando apenas nos abríamos,
en par,
como una gozosa ventana...
Rosa Iglesias