Él seguía levantando al aire su espada
contra una sombra de constelaciones enfermas.
Dejó caer la sangre, el abatimiento,
el sueño imposible atenazado en su dolor
que se debatía entre espíritu y soledad,
amoratado, como carne pronta al matadero
Ya no escuchaba las voces ni los chirridos
ni aquel sobrevuelo de las aves que,
al borde del susurro y la sordera, le auguraron
la derrota , el acontecimiento, de una cobardía sin desarme.
Pero el cielo, con un estallido roto,
le habló.
- Ese revés tan duro de la vida
no era caldo suficiente para alimentar
la grosera religión que acostumbraba a atiborrarse
de fraudes, condenaciones y martirios. -
Fue el rayo entero quien , al fin, le desarmó.
Su espada refulgía, milagrosa , mientras su cuerpo,
amancebándose contra el frío de la muerte,
adquiría la misma compostura parca que imprime uniformidad
al detrimento moribundo de las piedras.
Rosa Iglesias
29 septiembre 2012



